Día 180º de la pandemia del Covid-19. Continúo asintomático.
Ayer en el Congreso faltó que nuestros representantes políticos hubiesen
aparecido con los rostros señalados con pintura de guerra. El minuto de
silencio, más que un respeto por los fallecidos, recordó a esos segundos tensos
previos al pistoletazo de salida de los 100 metros lisos de la final de unos
Juegos Olímpicos. Es nuestra clase política. Incluso hubo quienes se recordaron
mutuamente su pedigrí familiar, del que seguro están muy orgullosos ambos
aunque se los intercambiaran en tono ofensivo.
Es el resultado de tanta crispación acumulada. El Gobierno
ha enlazado una cadena de errores, algunos demasiado graves y su obligación es
rendir cuentas. Muy probablemente otros lo hubiesen hecho peor, pero eso no es
una excusa. Ni tampoco que lo han hecho lo mejor que han podido. No vale. Son
los que estaban al mando y su obligación era hacerlo bien. Lamentablemente han
cometido demasiados fallos y lo correcto es esclarecerlo.
No se trata solo de las contradicciones en torno al 8 de
marzo. También está la opacidad informativa, la escasez de medios de los
sanitarios, el equipo de expertos que nunca existió, el drama de las
residencias de nuestros mayores, la falta de pruebas rápidas de detección, el descuento
de fallecidos, las diversas recomendaciones sobre las mascarillas, los criterios de avance de
fases... hasta llegar a su intromisión en los mandos de la Guardia Civil.
Continuemos confiando en nuestras autoridades (porque no hay
otras).
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