Uno de los personajes bíblicos más desenfocados
dentro del supuesto contexto histórico es Barrabás. Presentado como un ladronzuelo
de poca monta, acusado de homicidio, su presencia en el texto no soporta ni
siquiera el análisis crítico más elemental.
Según el relato evangélico, Barrabás debió ser
crucificado junto a Jesucristo, como lo fueron otros dos ladrones, Dimas y Gestas.
Sin embargo, Poncio Pilatos, siguiendo una supuesta tradición judía de la
época, le concedió el indulto a petición de la multitud, condenando a
Jesucristo al mortal suplicio.
Han pasado dos mil años y sigue siendo inaceptable
que el indulto y el perdón fuesen una tradición para el judaísmo, tan inflexible
a la hora de castigar a los culpables. Pero es más llamativo el propio nombre
de este personaje, único en toda la Biblia. Compuesto del prefijo bar- (hijo) y el lexema abbas (padre), su significado coincide
con uno de los epítetos evangélicos con que se conoce a Jesucristo: el hijo del
padre.
No cabe duda de que es un pasaje fruto de la
imaginación literaria. Hay quien entiende que su inclusión justifica el
antisemitismo pues recae en el pueblo judío la decisión de crucificar a
Jesucristo. Otros le dan la vuelta e interpretan que Barrabás, el hijo del
padre, esencia espiritual, se libra de la crucifixión, mientras que Jesucristo,
cuerpo, cumple con su destino, olvidándose de que esta dualidad es en sí una
herejía.
Por lo tanto, ciñéndonos al propio análisis textual,
Barrabás es un alter ego de
Jesucristo, juzgado y condenado a muerte por robo y homicidio. Esto abre otra
incógnita: ¿a quién, señalan, robó y mató Jesucristo?