Para explicar el paso de los años por
las personas el vocabulario da elegir numerosas opciones que no por ello deben
considerarse necesariamente sinónimas. Entre envejecer y madurar
circulan demasiados matices y muy distintas interpretaciones que en absoluto se
ocultan tras un posible eufemismo.
Ambos términos están relacionados con
la capacidad de aprendizaje. Mientras estemos abiertos a recibir y procesar
novedades y sepamos responder ante ellas con una dinámica de adaptación
estaremos posponiendo nuestro envejecimiento.
Aceptar que somos incapaces de aprender o adaptarnos a los cambios significa
adelantar nuestra vejez. Los peores síntomas se manifiestan en el desinterés
por lo desconocido y el rechazo a lo que se escape de nuestro conocimiento.
La madurez,
aunque estrechamente relacionada con la edad, lo es más con la experiencia
aprendida. No se madura porque pasan los años, se madura porque la reflexión se
convierte en una herramienta fundamental a la hora de tomar una iniciativa. La madurez controla las reacciones
impulsivas y predispone hacia la correcta elección. Comprender y asimilar
cualquier novedad se convierte en un reto necesario para evitar que el proceso
de maduración se estanque y se
transforme en envejecimiento.
El que no aprende no madura, envejece.