La cultura occidental tiene proscrita
la poligamia. No sin razón en cierta forma, ya que bastante complicada es la
vida en pareja como para extender y compartir la intimidad en el sentido del
matrimonio a más personas.
Pero la realidad es otra. Desde que
Occidente estableció oficialmente la monogamia, desde el primer día, siempre se
supo que era un corsé demasiado estrecho para ser respetado. Y los hechos se
bastan para confirmarlo. Constantemente los usos sociales invitan a derribar la
santa barrera marital.
De todas las posibles relaciones
extramatrimoniales la de los amantes
es la que ha inspirado tanto la comprensión de escritores y filósofos como la condena de
retrógrados puritanos. Los amantes,
a espaldas de leyes y convenciones, se buscan para evadirse a otro tiempo, a
otro lugar, lejos de un mundo excesivamente normalizado y dirigido al que
regresan inexorablemente tras haberse entregado a un amor de fantasía en cada
cita. Y es que entre amantes no hay
más compromiso que el encuentro furtivo...
...Y asumir el riesgo de ser
sorprendidos. Entonces la sociedad impondrá todo el peso de su hipócrita tradición.