Con seis temporadas ya cumplidas The Walking Dead se ha hecho un sitio
entre las series más exitosas con el mérito añadido de tratarse de una serie de
terror. Gracias a unos guiones bien estructurados y la dosificación de las
escenas truculentas en función de los capítulos cada episodio coordina
diferentes aspectos psicológicos de sus personajes marcados por la acción que
sostiene el argumento central.
De todas formas empieza a dar la
impresión de que ya ha tocado techo. Traducido a números: difícilmente ganará
nuevos seguidores y en un margen corto de tiempo se limitará a satisfacer a
los incondicionales que se mantendrán siempre y cuando los cambios no pongan a
prueba su capacidad de adaptación.
Todo esto sucede porque la serie ha
entrado en un bucle sobre sí misma. Los muertos
vivientes no han modificado ni un solo rasgo desde el principio. Siendo incapaces
de pensar y de organizarse su única cualidad es su agobiante persistencia. Pero
los humanos tampoco han mejorado sus condiciones y siguen sobreviviendo con los
mismos recursos que en la primera temporada, cambiando solo las circunstancias.
Equilibradas las fuerzas, la serie
puede continuar sin modificaciones todo lo que su público quiera, siempre y
cuando ningún caminante se coma a los
guionistas.