La humanidad desde que abandonó las
cavernas asumió el reto de dominar la naturaleza. Un objetivo que en algunos casos
dista lejos de conseguirse, como sucede con los mosquitos, los verdaderos
dueños de la noche.
Hay que admirarlos en muchos aspectos.
Desde su insignificancia y fragilidad generan el máximo odio. Transforman una
apacible noche de verano en una verdadera batalla campal. Son especialistas en
disipar el sueño y provocar el más profundo insomnio gracias a su vuelo de
trompetilla. El concierto empieza con un ruido agudo que se escucha perdido casi
imperceptible hasta que se confirma en su esplendor cuando roza los oídos con
toda desfachatez.
Encomiable resulta su trabajo en
equipo. Pocos lo reconocen pues no se consideran insectos sociales. Error.
Tienen el mejor sistema de sustituciones conocido. Si durante el combate
nocturno sufren una baja, que nadie cante triunfo, porque a los pocos minutos
ya está en su sitio un sustituto con una nueva trompetilla. Además organizan un
despliegue impresionante llegando a colocar un individuo no solo por cada una
de las habitaciones de la casa, sino por todas las casas de la población.
Al día siguiente los pobres humanos
repasan los picotazos en las zonas más insospechadas, que incluyen desde los
párpados hasta las plantas de los pies. Nadie puede con ellos.