Tienta pensar que hemos vivido una
vida anterior. O mejor, muchas vidas anteriores. Tienta retornar a existencias
remotas e imaginarse quiénes fuimos, qué hicimos, cuánto vivimos.
Curiosamente en la mayoría de los
casos en que buscamos tener conciencia de nuestra actual reencarnación
percibimos nuestro presente un tanto estancado, un tanto anodino, un tanto
falto de sentido. O, por qué no, queremos retroceder a otras vidas para
entender nuestras actuales reacciones, nuestras fobias y gustos.
Con un poco de gracia, fácilmente
podríamos recrear ese regreso al pasado donde no por casualidad siempre
ocuparíamos un lugar ventajoso. Algunos se identifican con discípulos de
Sócrates, otros con brillantes consejeros en las cortes medievales. Pero hay que
desengañarse, las probabilidades estadísticas son lapidarias: si hubiésemos
nacido en la antigüedad clásica hubiésemos sido esclavos, y de haberlo hecho en
la Edad Media hubiésemos muerto de peste... y casi siempre sin pasar de los
treinta-cuarenta años de vida.
Aún recuerdo a un regresionista que viajando en el tiempo
reconoció haber sido escolta de Napoleón, aprendiz en los talleres de Leonardo
y camarero en la Última Cena... todo para acabar de charlatán en la actualidad.