George Orwell estaba muy preocupado por
los mecanismos de estado para controlar el pensamiento del individuo a través
de la información. En 1984, novela
clarividente, el Partido creaba cargos y hasta un ministerio que controlaba
todo lo que podía a llegar al público. Describía la censura perfecta.
Aldous Huxley, en cambio, ahondando en
la naturaleza humana, encontró que el principal censor es uno mismo, que no
quiere informarse de lo que no le gusta. Por eso en Un mundo feliz el buen funcionamiento de la sociedad se respaldaba
en la estabilidad de un individuo debidamente educado que rechace todo aquello
que le perturbe.
Las democracias más avanzadas,
siguiendo la idea de Huxley, no necesitan perseguir la disidencia ni las
posturas críticas, pues no suponen ningún peligro mientas no haya un público
interesado. Cierto es que sus mecanismos de control no alcanzan la perfección
de los ejemplos literarios, aunque si les superan en perversión, porque
potenciando una sociedad sobre el ocio y la ignorancia jamás tendrán a gente
dispuesta a analizar y criticar las circunstancias que le presionen sus movimientos
y condicionen arbitrariamente su libertad.
No hace falta censura cuando el que no
quiere ver se siente más cómodo en su ceguera.