El
Lazarillo de Tormes, más que una novela picaresca como superficialmente se
etiqueta, marca un recorrido sobre la mezquina naturaleza de una sociedad que
no entiende de honor. Entre los muy diversos temas que trata, la epopeya del
hambre adquiere un carácter mordaz sin haber perdido su línea didáctica pese al
transcurso de los años.
Recordemos el pasaje del racimo de
uvas. El ciego había propuesto comerlas de una en una, sin embargo al poco pasó
a tomarlas de dos en dos por lo que Lázaro lo hizo de tres en tres. Al acabar
el ciego reprendió al mozo por haber hecho trampas ya que pudiendo verle cómo
incumplía con lo pactado guardaba silencio. Confirmaba así que el chico tampoco
había respetado el trato.
Por desgracia esa astucia del ciego
sigue viva entre los partidos políticos. En la reciente campaña por gobernar
Andalucía hemos asistido al reproche recíproco entre los candidatos por su
falta de honestidad, implicaciones en fraudes e irregularidades en la gestión
económica. Y lo dicen justo ahora, cuando las urnas deben fijar un nuevo
reparto, porque mientras unos y otros veían cómo robaban, todos en complicidad callaban.