Ni sigue orden ni leyes. Aparece
donde menos se la espera y su única realidad es su propio capricho. Cruel, a
quien tiene dobla y a quien la invoca esquiva. Divide a las gentes que se miran
con recelo, unos por recibir su favor y los más por haber sido ignorados.
Pese a todo, siempre el cándido
espera y acumula su suerte con la intención de ser librado por un golpe de Fortuna. Los más descarados anuncian
que son capaces de convencerla con amuletos, encantamientos y cualquier tipo de
sortilegio. Mas, como diosa que es, Fortuna
no se ciñe ni a pactos ni a escritos, y dicta su sentencia según gire su rueda,
cual ruleta.
Con todo esto, Fortuna se lo ha ganado a pulso y no merece el más mínimo voto de
confianza. Por eso, los precavidos le devuelven el desprecio llamándola
casualidad y protegiéndose de sus antojos, se adelantan con la cautela y la prevención.
La mejor manera de defenderse.