Día 188º de la pandemia del Covid-19. Continúo asintomático.
Ayer pasé por alto los desencuentros del Congreso por no quitar el protagonismo
a nuestros sanitarios y su merecido reconocimiento. Quien estaba ilusionado por
esperar que la pandemia nos iba a hacer reflexionar, que nos iba a unir y hacer
más efectivos para resolver los problemas reales que debe afrontar España se
está dando cuenta de que era un iluso. Iluso es el triste destino del que
empieza algo con ilusión pero no tiene fundamentos.
Antología del
disparate era una obra de un profesor que seleccionaba las respuestas más
ocurrentes dadas por sus alumnos en los exámenes. A la pregunta ¿Qué pasó el 2 de mayo? el agudo
estudiante contestó ¿de qué año?
Desde 1808 al grito de ¡Viva el 2 de
mayo! se convoca al pueblo a la rebelión. El otro día en el congreso el Sr.
Sánchez convocó con un ¡Viva el 8 de marzo! En
vez de indignarse la oposición debió preguntarle ¿de qué año?
Hoy el Gobierno utiliza el 8 de marzo de 2020 como un escudo
más para ocultar sus tropelías. Lo hace tan bien que no solo la torpe oposición
de derecha cae en esa trampa, sino que también para mucha gente, buena gente, reclamar
responsabilidades a quienes montaron ese acto en busca de un rédito político se
confunde con un ataque contra el feminismo.
Se equivocan. El 8 de
marzo, sine anno, no pertenece a ideologías ni tiene derechos de autor. Es un
bien común obligatorio en una sociedad sana que toma la Justicia como referente
para entenderse y regirse. Poner trabas a la lucha contra la injusticia es un
delito. Apropiarse en exclusiva de esa reivindicación es con el tiempo una maniobra
condenada al fracaso.
Sigamos confiando en nuestras autoridades (porque no hay
otras).
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