Hay gente informal y hay personas trastos.
No los confundamos mal que parezcan casi lo mismo. Un trasto siempre parte con
buena voluntad, no quiere perjudicar a nadie y, cada vez que tiene algo en
expectativa transmite un tremendo optimismo. Después no le suelen salir las
cosas. Ese es su gran problema.
Hay quien cree que un trasto, como
cualquier informal, no se rige por principios. Todo lo contrario. Un trasto
está lleno de principios, la mayoría nobles principios. Tantos que se solapan,
se entremezclan y las adversidades se encargan de complicar hasta provocar la
contradicción. Abren tantos frentes en su vida que acaban siendo desbordados.
Conozco a varios trastos, trastillos
y trastetes. Personas encantadoras a las que deseo que todo les salga bien de
una vez. Las veo pelear por ser mejores, muchas veces en espera de ese golpe de
suerte que les permita alcanzar al menos uno de sus grandes objetivos. Y cuando lo
consiguen, de verdad, me alegro profundamente.
Y es que estos trastillos se hacen
querer. No tienen nada que ver con la informalidad, aunque a veces puedan dar
esa impresión.
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