El juego
de la libertad de opinión puede llegar a ser demasiado complicado. En teoría se
rige por un único reglamento: la tolerancia. La tolerancia entendida como todos tenemos un porcentaje de razón y a la
vez todos tenemos un porcentaje de error en nuestras ideas. Ahí radica el
respeto a la convivencia de opiniones. Tolerancia no significa que quien crea
tener la verdad absoluta deba aguantar a quien esté equivocado totalmente.
En pleno
ejercicio de esa libertad, ser anticatalanista o mostrarse anticatalanista es
manifestarse en contra del catalanismo entendido como pensamiento que exalta
los valores diferenciadores de Cataluña respecto a su entorno y llevados a la
política tiene como finalidad la creación de un Estado Catalán. Si alguien da
preferencia a los valores comunes que Cataluña comparte con las otras regiones
de España se tiene que declarar anticatalanista por pura lógica. Esto no
significa negar los valores diferenciadores, simplemente se postula, dentro del
margen de acierto y error que permite la tolerancia, que reforzando los lazos compartidos
el beneficio común es mayor y uno se siente más próximo a quienes residen en
Cataluña.
Esta
postura tolerante empuja a denunciar aspectos del catalanismo tan manipuladores
como la propuesta de un todo o nada
absoluto al servicio de sus intereses. No aceptan ningún comentario en su contra. Eso sí es intolerancia.
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