El proteccionismo desmesurado está
ejerciendo tanta presión sobre la educación que ha llegado a pervertir la
manera de entender la infancia. Hoy un niño vive en una burbuja de realidad
virtual donde se debe evitar cualquier tipo de situación o circunstancia que
puedan provocar el menor atisbo de trauma.
Pero la realidad es más severa: si un
niño toma un cuchillo se corta; si ingiere unas pastillas se intoxica y si se
asoma por la ventana puede caer. Empeñados en no dejar nada al alcance de los niños,
los medios incitan a ocultar la muerte o el dolor alimentando otra perversión:
el consentimiento total, creando con ello a un tirano del capricho.
Olvidan que el verdadero aprendizaje
se consolida con la experiencia, con el conocimiento del medio, y se madura
especialmente con los contratiempos, más si se logran superar con éxito. De lo
contrario, se consigue que la infancia, en su sentido más estúpido, se
prolongue en la adolescencia y sobrepase edades mayores.
Al final, a falta de personas que hayan madurado, tendremos una sociedad de niños
grandes con un grave inconveniente: no habrá adultos que puedan educar a los
pequeños.
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