La inocencia de Le Petit Prince consigue que sus preguntas más sencillas desplacen
la lógica pragmática de los adultos para reclamar una interpretación más
espiritual de la realidad.
Son los detalles insignificantes los
que guardan el secreto de la existencia, los que rebosan el alma y la defienden
del materialismo. Tan solo basta pararse y apaciguar las ansias estimuladas por
la ambición y la envidia para abrir la mente a otros estados de ánimo mucho más
gratificantes, mucho más reconfortantes y mucho más próximos a nosotros mismos.
Le
Petit Prince no es que aporte alguna
novedad a la historia del pensamiento, que no. En casi todas las culturas se
hace hincapié en el error de priorizar la materia, las posesiones y el poder
ante la naturaleza espiritual de las personas. La obra de Antoine De
Saint-Exupéry a través de una tierna ficción, ahí su mérito, nos invita a que
todos seamos un poco principitos recuperando nuestra cosmovisión más elemental
para volver a entender las cosas como en nuestra infancia ya olvidada.
Y en efecto, el mundo es menos
complicado.
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