Hay dos tipos de ricos: quien nace en
una familia rica y quien desea serlo. Conseguirlo es otra cuestión. Bertrand
Russell se preguntaba no falto de ironía ¿de
qué serviría hacer rico a todo el mundo, si los ricos también son desgraciados?
Sin embargo, en torno a ese ideal, la riqueza, se ha organizado todo un
mundo, o mejor dicho varios mundos que son ya parte inherente de nuestra
sociedad.
Si el hecho de nacer se entiende como
la primera experiencia aleatoria que tenemos, podemos afirmar que los hijos de
ricos ya fueron agraciados en la lotería del nacimiento. Por eso los juegos,
sorteos y apuestas son algo así como una segunda oportunidad. Con un golpe de
fortuna, un boleto exclusivo elige de entre millones de anónimos humanos a uno
que a partir de ese momento entrará a formar parte del envidiado grupo de los
ricos.
Mientras, al igual que supuestamente
los no natos flotan en el limbo con la incertidumbre de ser sorteados, los
demás deambulamos por el mundo de las limitaciones económicas, consolándonos
con ideas como el dinero no da la
felicidad y hacer la espera más entretenida.
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