Las propinas
suponen un interesante complemento para los sueldos de ciertas
profesiones: camareros, taxistas, mensajeros... el cliente satisfecho
premia el servicio y lo compensa económicamente. Están tan
arraigadas que quien no deja propina
queda en mal lugar.
En su origen las propinas
en el sentido actual no existían. El cliente valoraba el servicio
recibido y según lo apreciaba pagaba por él. Así pues, sin nómina
alguna tan solo se ingresaba la voluntad. Pero hoy, el mundo laboral
está perfectamente regulado por convenios, acuerdos sindicales y
otras leyes. Los trabajadores cobran sus nóminas al igual que las
empresas facilitan unas tarifas por los diferentes servicios. En
definitiva, todo está estipulado debidamente y cualquier tipo de
trabajo sobreentiende un acuerdo tácito entre las dos partes.
Por la misma razón que jueces,
médicos o profesores tienen un compromiso profesional con la
sociedad y no complementan sus ingresos atendiendo a los servicios
prestados, es evidente que la tradicional práctica de dejar propinas
se ha quedado obsoleta.
Imaginemos a los alumnos dejando
propina
a sus profesores cada vez que finalice una clase. Ridículo. Pues igual para todos.
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