sábado, 30 de mayo de 2015

Originalidad


        El reto literario, extensible a todas las artes y disciplinas humanas, el salomónico nihil novum sub sole nos lleva a cuestionar la búsqueda obligada de la originalidad.

        Desde siempre se ha acordado considerar la originalidad como una aportación artística. Las vanguardias sublimaron ese desafío a los grandes clásicos, padres de las eternas inquietudes humanas y otorgaron preferencia a ese afán de ser los primeros en concebir, aportar, plantear y expresar estéticamente. Era el arte de la innovación. Sin embargo, más de un defensor de los grandes autores se ha sonrojado al comprobarse que antes de ellos hubo otro que ya lo había hecho y, por lo tanto, les arrebataba el título mundial de original.

Sería una interpretación errónea del arte. Las innovaciones son producto de las pruebas y los desafíos. A lo sumo podríamos calificarlas de ingeniosas. Son los genios los que con su sentido trascendente de la estética saben aprovechar esas propuestas y proyectarlas hasta darles la debida dimensión del arte. Porque el arte no está en la materia ni en la técnica que se introduzca; el arte nace en la profundidad del alma creadora y llega a conmover el espíritu del que lo recibe prescindiendo de la necesidad de la originalidad.


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