En la
antigua Persia las provincias que componían su territorio recibían el nombre de
satrapías. Su administrador era el sátrapa. Gozaba de amplios poderes aunque
siempre debía rendir cuentas directamente al emperador.
Según la
distancia que separase la satrapía de la capital, Persépolis, estos regentes
podían tener una mayor tentación para eludir la presión centralizadora e
imponer sus criterios evitando tener que justificar nada. Cierto es que el
Imperio Persa, para conservar su unidad contaba también con un importante
sistema de funcionarios que supervisaban la gestión de cada sátrapa. Con ello
se impedía que pudiesen mandar a su antojo con modales propios de una tiranía.
En los
estados actuales las satrapías se han renombrado como autonomías y municipios.
Y, repitiéndose la historia, podemos comprobar que hay casos en que sus regidores
y alcaldes quieren aprovecharse de esa distancia, ya no en kilómetros, sino
económica, para forzar la situación y tratar de escaparse de sus
responsabilidades legales. El inconveniente surge cuando el propio estado
central desautoriza a quienes deberían ejercer el control sobre estos
verdaderos sátrapas autonómicos. Así se hunde un país.
No hay comentarios:
Publicar un comentario