La seriedad no está reñida con las bromas. Precisamente el sentido del
humor va ligado al grado de inteligencia y encontrar el lado divertido de la
vida demuestra también un conocimiento comedido de la realidad.
Quien prepara una broma se arma en la premeditación tomando nota de los puntos
débiles de la víctima y de alevosía para jugar siempre con ventaja controlando
en todo momento la acción. Quien es objeto de la broma tan solo debe aportar ese toque de inocencia que le lleve al
absurdo. Pero no siempre la broma
respeta a su víctima. Denunciemos las bromas
de mal gusto, esas que perjudican u ofenden, esas que llevan mofa o burla provocando
la humillación pública. No son bromas
y quien las gastan merece el rechazo de todos.
El acierto de una broma habla de la calidad de las personas que intervienen. Porque
detrás de ellas tiene que haber afecto y confianza para que diviertan
sanamente. Por eso, cuando el que recibe una broma ríe más que el que la gasta, entonces diremos que eso sí ha
sido una buena broma.
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