A lo largo de la historia las
diferencias irreconciliables entre pueblos se han resuelto mediante las
guerras. El precio entre destrozos y muertes es cuantioso. Con ello no se elimina
el problema; simplemente se amaga alentado en el rencor de los vencidos.
Durante la Edad Media las disputas
feudales, con la idea de reducir esos terribles daños, muchas veces se dilucidaron
en duelos entre dos guerreros representantes de sus respectivos reinos. El
adolescente Ruy Díaz de Vivar, el histórico Cid, así comenzó su fama al vencer
en singular lid al navarro Jimeno Garcés y ganar para Castilla la posesión de
la villa de Pazuengos.
Emulando esos combates entre luchadores,
hubo propuestas para resolver conflictos internacionales con boxeadores e
incluso equipos deportivos. Hasta que ya en s. XX dieron con la panacea de las
soluciones: el referéndum.
Lo malo de todo referéndum, además de
llevar una propuesta inespecífica y manipulada, como las viejas guerras no despeja
ningún problema sino que lo confunde en la resignación de los vencidos en
espera de una posible revancha. Y eso no siempre evita que los bandos acaben
recurriendo a la violencia para hacerse prevalecer.
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