A
partir de unas pistas o unos indicios hay que acertar lo que oculta el
enunciado. Jugando se aviva el ingenio, la observación y se potencia el talento.
Las adivinanzas pueden ser muy divertidas.
En
cambio, dejan de ser un juego estos acertijos cuando con ellos se pretende
valorar la atención, el interés e incluso el amor que cohesiona una pareja. Más
de uno cree que sin necesidad de hablar ya debe ser entendido o sin pedir ya
tiene que recibir; como si el otro tuviese el don de leer la mente y siempre
dispuesto a su servicio. Pero no suele suceder así. Más bien al contrario.
Nadie puede exigir que le adivinen los gustos, que resuelvan las dudas de su
estado de ánimo o que se anticipen a cualquier petición.
Mucho
más efectivo que dejarse adivinar es el diálogo sincero. Con él se intercambian
opiniones, se disipan los malentendidos, no hay lugar a las interpretaciones y
sirve de verdadero sensor de la estabilidad de una relación. Por eso, no hay
que esperar a que adivinen nuestras intenciones, simplemente comuniquémoslas.
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