Se
sorprendía Pablo Hernández Coronado cuando los miles de espectadores que
abarrotaban un estadio se atrevían a protestar airadamente las decisiones del
árbitro especialmente porque la gran mayoría de ellos no había leído el
reglamento. Aunque el espectáculo deportivo está hecho para entretener, podríamos
decir que en él se manifiesta un acto de confirmación vital: no hace falta
estudiar para interpretar las leyes a favor.
Y es que
vivimos rodeados de gente que tiene muy claro cuáles son sus derechos. No les
importa si, por ventura, en primer lugar les corresponden y, en segundo lugar
si se los merecen. Al igual que la Justicia defiende la inocencia del acusado
mientras no se demuestre su culpabilidad; aquí uno exige gozar de antemano un
derecho mientras no se confirme lo contrario.
Debemos distinguir
que, en efecto, todo aquello que la dignidad humana lleva implícito es
innegociable por naturaleza. Lo que no es aceptable es que haya empresarios que
exijan subvenciones enriqueciéndose con negocios fraudulentos, u ONG que
reclamen ventajas fiscales sin haber rendido cuentas... así hasta llegar a
estudiantes que pese a no aprobar continúen solicitando una beca.
Primero se acredita y luego se otorga. Todo por orden, señores.
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