Despierta cierta incredulidad el reconstruccionismo pagano que recupera
abiertamente el culto a Júpiter y su elenco de deidades. Aun así comparten, por
estrafalarios que parezcan, los mismos argumentos con que se rebate a los
monoteístas. ¿Al fin y al cabo si se acepta la existencia de un dios, por qué
necesariamente ha de ser un hecho único e irrepetible?
Todas las culturas politeístas establecen
un complicado sistema de dioses y
semidioses que casi nunca tiene una explicación definitiva. Frivolizando,
podríamos afirmar que tienen dioses para todo: fecundidad, guerra, salud...
dioses que se reparten todos los ámbitos sociales y, si llega el caso, discuten
y rivalizan entre sí como reflejo del inestable comportamiento humano.
El monoteísmo cristiano no se escapa de
una práctica politeísta encubierta. Su jerarquía divina, además de presentar el
misterio de un Dios único y Trino, se refuerza con personajes que interceden como
lo son la Virgen -en infinidad de versiones- y todos los santos. La devoción
aumenta según los milagros concedidos en divina competencia. Eso sin olvidar el
lado oscuro donde reina Satanás y su perversa corte.
Todos estos dioses, cristianos y
paganos, tienen en común su antropomorfismo. ¿Qué hay de extraño con volver al
origen?
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