No hay tantos genios como anuncian por ahí. La genialidad es una cualidad que se atribuye con demasiada facilidad
en los medios. Hay muchos que se camuflan bajo la carpa de las vanguardias ya
que confunden originalidad, excentricidad, irreverencia, imprudencia y, más de
una vez, fortuna cuando se traduce en éxito. Pero no son genios.
Un genio,
en primer lugar, no reconoce ni la ortodoxia ni los cánones porque para él son
barreras. También rechaza el método y los sistemas aprendidos pues solo marcan
un único recorrido. Un genio apunta
directamente a su objetivo final y lo alcanza evitando cualquier paso
intermedio. Son siempre, por definición alternativos.
Alejado de las normas y de la lógica
más general, el genio se confundiría
con un loco. Y ahí está su capacidad de superación porque el genio consigue sorprendernos,
deleitarnos y sabe reclamar nuestra admiración cuando finalmente somos capaces
de entender lo que nos muestra.
Visto así, el número de genios a lo largo de la historia ha
sido pequeño, aunque lo suficientemente importante como para que nuestra
civilización haya dado los pasos más determinantes tanto en el pensamiento como
en el conocimiento.
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