Desde que el ser humano tomó conciencia
cósmica, el dolor corporal siempre
ha ocupado un lugar estrechamente relacionado con la religión en todas las
culturas conocidas. Aparece en los rituales tanto de iniciación como de
purificación. En ellos el individuo se somete a pruebas extremas dispuesto a
superarlas o aceptarlas. Se le exige resignación e integridad ante adversidades
que casi extralimitan lo soportable.
Para una visión más actual y
globalizadora, todas estas manifestaciones carecen de sentido y entran en la
lista de perversiones sadomasoquistas producto de mentes más bien enfermas.
Nadie tiene que sufrir el dolor
pacientemente y ni mucho menos provocarlo con una finalidad expiatoria. En
contra de lo que indican los cánones religiosos, el dolor no libera el espíritu.
Entendido así, sin embargo, no podemos
ignorar que en los pueblos orientales la cultura del dolor tiene todavía un fuerte arraigo y forma parte de su manera de
entender la vida. Por eso, difícilmente podremos convencerles para que den un
trato digno a los animales evitando su sufrimiento, si ni siquiera son capaces
de abolir la tortura y la pena de muerte en sus leyes contra los humanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario