La fragilidad del tiempo se saja
irremisiblemente con una palabra.
¡Qué fuerza!
Siempre un antes y un después. Y en
medio, la eternidad de la palabra.
Contamos la vida por años y sabemos que
la trascendencia se decide por minutos. Son las palabras las que le dan la dimensión al tiempo y entre todas ellas,
hay una, solo una, que es capaz de detener el reloj. Esa palabra deseada, pronunciada y escuchada, compartida. Infinita palabra que se siente, no se entiende y
alcanza por igual las almas comprometidas.
Tremenda palabra que se susurra, que duerme el oído y levanta la piel. Palabra que palpita al unísono con el
corazón.
Para enamorarse puede bastar un
minuto... o menos, una mirada puede ser suficiente... o incluso la fugacidad de
un gesto, el calor de un beso. Y siempre en medio una palabra para llenar un universo, para sellar unos labios.
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