Muchas veces se confunde a una persona
erudita con una persona culta pese a que existen muchas diferencias entre
ambas.
Un erudito almacena un diccionario
enciclopédico en su cabeza. Abruma por su inagotable memoria que encuentra de
inmediato una respuesta acertada a todo lo que se le pregunte. Se sabe las
capitales de los países del mundo, recita de corrido los ríos más caudalosos y
sus afluentes, precisando cuáles por la derecha y cuáles por la izquierda. De
los personajes nos informa con precisión su fecha y lugar de nacimiento así
como nos ilustra con un listado de sus obras tanto las más destacadas como las
menos conocidas... El perfecto concursante para programas de pseudocultura de
televisión.
La persona culta también maneja un buen
número de datos, ciertamente, pero, a diferencia de la erudita, la información
se sostiene por relaciones de causalidad, reciprocidad, lógica y otras
referencias, de tal manera que una fuente llama a la otra. Así sorprende la
extraordinaria facilidad con que enlaza un asunto con otro y la visión versátil
de cualquier tema que le permite elaborar un juicio crítico.
Siempre será más agradable conversar
con una persona culta que con un erudito. De todas formas, para unos y otros la
actualidad constituye un obstáculo que casi nunca superan.
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