En
cierta ocasión a la salida de un concierto de Chick Corea y Gary Burton
tuve la oportunidad de conversar con el crítico de música de la gacetilla
intelectualoide que monopolizaba entonces y continúa ahora la información
cultural de la ciudad donde resido.
Él, muy
ufano y altanero, no se cortó en ningún momento en mostrar un absoluto
desprecio por el recital ofrecido por tan especiales músicos. Encontró absurda
la combinación de piano con vibráfono, desautorizó la selección de temas
elegidos para el repertorio y rechazó los juegos entre los dos intérpretes. Según
la valoración del este crítico provinciano, la actuación había sido nefasta.
Afortunadamente
para todos, tanto Chick Corea como Gary Burton jamás leyeron esa crítica.
Aquella noche se retiraron tras recibir la merecida ovación de un público que
disfrutó de la armonía entre el piano y el vibráfono, una extraordinaria
selección de piezas procedentes de períodos tanto eléctricos como acústicos de
su amplia discografía, todas interpretadas con naturalidad y espontaneidad.
Este
crítico local no había confundido su oficio. Al igual que las del New York Times o Le Monde su crítica cumplía con el único requisito válido: poseer
el concepto sin abordar la forma. Eso no reduce su inmedible ignorancia. Simplemente
abre a la duda sus comentarios en el caso de que sean favorables.
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