Si algo no gusta hay que cambiarlo,
si algo no convence hay que sustituirlo, si algo no funciona hay que
reemplazarlo, si no gusta el ambiente hay que marcharse... así de directos, así
de tajantes, así de autómatas. Detrás de esto hay un único reclamo: tener una
vida mejor. Esta manera de actuar vale tanto para las cosas como para las
personas. No hay que aguantar nada ni a nadie que nos estorbe para ser felices. O ser más estúpidos.
Para el pensamiento aristotélico, la frónesis es una virtud, una habilidad
por la que la reflexión y la prudencia buscan los mecanismos y las respuestas
para poder cambiar las cosas con la intención de hacernos la vida mejor. No se
trata de la simpleza de quitar y reemplazar porque con ello se está abocado a
repetir los mismos errores, a sufrir los mismos desencantos.
El razonamiento fronético empieza por la evaluación de
aspectos positivos y negativos de un mismo elemento hasta encontrar su misma
esencia. Para modificar el entorno es necesario generar expectativas de mejoras
para todos haciéndoles copartícipes de los beneficios. Porque la frónesis no consiste en una reacción
caprichosa e impulsiva ante lo que no gusta, sino que a partir de entender
mejor la realidad, vivir mejor.
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