En contra de lo que predican ciertos
principios religiosos, el dolor no dignifica a la persona. Ni el dolor, ni la
muerte.
La Medicina, conocedora de sus
limitaciones, combate la enfermedad con la intención de prolongar la vida
arropada de unas condiciones que respeten la dignidad del paciente. Los
actuales medios, aplicados sin escrúpulos, son capaces de retrasar el final
casi a su antojo.
Cuando el simple esfuerzo de respirar
no sirva para infundir el mínimo aliento que se agarre a la vida llega el
momento de reconocer que uno no quiere seguir. Nadie está obligado a ser un
héroe ni a expiar sus pecados en ningún último sacrificio. De nada sirve
prolongar una agonía.
Si por justicia natural la muerte es
consecuencia de la vida, al igual que ejercemos nuestra libertad en cada
decisión, también tenemos derecho a elegir la hora final, especialmente cuando
las circunstancias apremian y oprimen el cuerpo con un irreversible dolor que
tortura el alma.
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