En noviembre de 1979 el consagrado grupo británico Pink Floyd editó The Wall, un álbum conceptual que trataba entre otros temas la
represión que ejerce la educación sobre el individuo.
Y es así. Las sociedades configuran su esencia
doblegando las particularidades de las personas para, precisamente, permitirles
integrarse y contribuir de lleno en ella. Toda sociedad marca unos hábitos y
unas rutinas rigurosas tales como fijar los horarios de trabajo, los días de
descanso e incluso las fiestas y manifestaciones multitudinarias. No se escapa
nadie, porque los que no participan de este control son los marginados, para quienes
la propia sociedad reserva sus propios reductos.
Desde hace años los nuevos programas educativos han venido
reduciendo sus contenidos intelectuales al mínimo. Dejando a un lado el debate
sobre los proyectos de ley, hoy la educación
prioriza con su dinámica uniformista en gran medida a que cada alumno acabe
correctamente modelado y encaje dentro de ese muro, como un ladrillo más, falto
de iniciativa propia. Aquel que se rebele quedará apartado del proceso y relegado
a espacios marginales.
Por eso la sociedad empieza a sentir el miedo ante
tanto fracaso escolar. No por otros motivos.
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