sábado, 9 de noviembre de 2013

Trampas



Durante la infancia los juegos asientan las bases de la convivencia en cada individuo. Hay que ajustarse a unas normas, respetar un turno, desarrollar unas habilidades y reconocer el acierto del vencedor. En otras palabras: competir con nobleza.

Como a cualquier principiante, a los niños les cuesta ganar sus primeras partidas. Pueden abandonar en seguida o insistir una y otra vez. Todo depende de su amor propio. Y, también los hay, total reflejo de la sociedad de los mayores, que hacen trampas: no esperan su turno, cuentan irregularmente… e incluso resuelven con gritos sus diferencias con los otros jugadores. Son unos tramposos y, por lo general, se quedan solos.

Sucede que con el tiempo esas trampas en embrión crecen y se trasladan a otros sectores de la vida social, alcanzando usos mucho más punibles en función a que ya no se saltan un reglamento, ahora incumplen una ley.

Consecuentemente, si de pequeños a nadie le gustaba jugar con tramposos, de adultos, no debemos dar la partida por perdida porque nos hacen trampas. La obligación de todos es señalarlos e impedir que saquen provecho de sus irregularidades aquellos que desacatan las normas. Denunciarlos también forma parte del juego limpio.

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