viernes, 15 de noviembre de 2013

Autodefinido


Si nos pidiesen que nos definamos a nosotros mismos, recurriríamos a un orden lógico de exposición: nombre, sexo, edad, trabajo/actividad/ideología… pero, no, no se trata de eso… esos datos servirían solo para precisar cómo han elaborado nuestra ficha de identidad para esta sociedad.

El nombre funciona denotativamente para diferenciarnos de los demás, aparentemente más cálido que la fría hilera de dígitos que compone el DNI o el pasaporte, aunque en realidad tienen todos la misma finalidad. El sexo corresponde a una descripción biofísica que no tiene por qué predecir nuestros gustos, tendencias o valores. La edad resulta de un cálculo aritmético generalmente alejado de nuestra propia experiencia. Y presentarnos a partir de nuestro oficio, actividades e ideología no es más que resaltar lo que hacemos, en qué ocupamos el tiempo y lo que idealizamos. Etiquetas que, sin embargo, no esclarecen nuestra pregunta más elemental: ¿realmente quiénes somos?

Porque el ejercicio más difícil es tratar de autodefinirse. Despojarse de todos esos referentes envolventes de interpretaciones externas e interiorizar en el único y propio valor personal. Y una vez que lleguemos a ese punto, a la desnudez total y absoluta del propio ser, quizás nos abrume aceptar que en el trasfondo de todo no encontremos con qué reconocernos.

 

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