Ya hace algunos años, el mundo entero se aterrorizó
ante el anuncio de una colosal epidemia que acabaría diezmando a la humanidad.
Una mutación vírica de dudoso origen permitía contagiar una enfermedad propia
de las aves al ser humano.
La lista de sospechosos de haberlo provocado pasaba
desde un laboratorio secreto dependiente de las superpotencias, hasta el
terrorismo internacional apoyado por aquellos estados que pretenden adueñarse del mundo (entiéndase Corea del Norte, Irán,
Sudán…). El caso es que infundido el miedo en la población se implantaron
controles muy rigurosos en los aeropuertos, se sacrificaron millones de aves en
las granjas, entre otras medidas. La Ciudad de México llegó a estar paralizada
un fin de semana entero para evitar el contagio de tan mortal enfermedad.
Pero no hubo tal pandemia. O al menos, no causó más
muertes que cualquier otra cepa de la gripe común. Sus cifras fueron ridículas
frente a, por ejemplo, la malaria. En cambio sí pudimos comprobar la capacidad
que tenían los gobiernos para dominar con el pánico a la población a través de
los medios de comunicación.
Mientras, los laboratorios que produjeron las
supuestas vacunas multiplicaron sus beneficios geométricamente. Fue una gran jugada
para los que controlan el poder y están dispuestos a repetirla.
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