Partiendo de la base de que no hay
nadie perfecto y que todos cometemos equivocaciones, surge una elemental
pregunta: ¿por qué hay tantos que jamás reconocen un error? ¿Por qué hay tanta gente perfecta?
Pretenden ocupar el centro de todas las
miradas. Reclaman la admiración por su capacidad de acierto, su efectividad, su
precisión. Se consideran absolutamente deslumbrantes porque todo lo que hacen
es irreprochable. Algunos, en un gesto de compasión con los demás, concediendo
que la humildad es parte de su perfección, no le dan tanta importancia a su
derroche de virtudes.
Sin embargo, esa postura arrogante y
engreída no deja de ser una torpe capa para cubrir sus verdaderas limitaciones
y sus profundos complejos. Lejos de aceptar y superar sus propias condiciones,
se crecen despreciando a los que le rodean. Y así, insolentes, provocan más de
una risa y, por qué no, alguna carcajada, cuando incurren en algún fallo
garrafal.
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