En la dignidad
convergen aquellos valores que sostienen el equilibrio necesario entre la
libertad y la responsabilidad, requisitos esenciales que determinan al individuo
dentro de la sociedad. La dignidad
parte del respeto, el propio y el compartido. Por lo tanto interfieren en ella
factores tan frágiles como la autoestima o el prestigio público.
Mantenerla y afianzarla depende directamente de
nuestros actos. Solo la entereza, la honradez y la observación de los
principios más nobles pueden respaldar un comportamiento digno. No es cuestión de ocupar puestos de renombre ni altos
cargos, es cuestión de integridad personal.
Se pierde la dignidad
cuando se anteponen intereses y ambiciones, cuando se traicionan los ideales.
Y, aunque se pueda alcanzar el éxito y la fama, nunca habrá plena satisfacción
si se ha recurrido a trampas y artimañas. El falso triunfador se niega a sí
mismo. Y no existe nadie más indigno
que aquel que no tenga escrúpulos de serlo.
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