Entendemos el tiempo como una
tautología física que literalmente se escapa de nuestro dominio y a veces de
nuestra concepción. La precisión con la que lo medimos puede satisfacer a los
científicos, lo cual no resuelve mucho al resto de los mortales.
Incapaces de viajar por el tiempo en
doble dirección, solamente podemos vivir el presente, el ahora, y sobre él montamos toda nuestra realidad, nuestras
angustias, nuestras esperanzas. Es el ahora
el que ofrece una perspectiva del pasado; es el ahora el que condiciona la previsión del futuro. Si por algún sitio
podemos rozar el tiempo es en el ahora. Toda
una ilusión porque físicamente el ahora es un mero punto convencional, carente
de espacio y volumen, aunque establezca la insalvable frontera entre sus dos mitades
antagónicas.
Nosotros en cada momento convocamos
nuestro ahora: una parte de pasado
que reside en nuestra memoria y que apunta hacia nuestro futuro. Solo los más
hábiles, los que saben controlar ese efímero y móvil punto del tiempo,
aprovechan su ahora para que, una
vez convertido irreversiblemente en su pasado, beneficie a su futuro.
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