Hay quien cuenta su vida por rachas.
Y en un alarde de simpleza las divide en buenas y malas, como si el antojo del
azar fuese el ejecutor de su destino. De esta manera, se consuela a sí mismo a
la espera de que a una racha mala le suceda una racha buena.
El caso es que no existen ni una ni
otra. Al menos no se producen tan separdas. Ni todo es absolutamente negativo
ni, por supuesto, las cosas salen siempre bien. Son meras interpretaciones que
dependen del estado de ánimo. Sí, ciertamente, sufrimos reveses y estos pueden
presentarse más o menos encadenados. Es más, el propio refranero sostiene el
dicho de que no han de venir solos. Y también es cierto que difícilmente
podremos romper esta serie si no cambiamos nuestra disposición, si no
modificamos aquello que realmente nos está dirigiendo a que todo salga mal.
Las rachas no son caprichosos envites
que nos arroyan como grandes olas. Solo existen circunstancias y capacidad de
enfrentarse a ellas. La observación, la preparación y la determinación conformarán
nuestra mejor respuesta a cualquier tipo de racha. Y una única solución:
superación.
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