Creados en plena Ilustración con la intención de
cultivar y divulgar la música, el canto y la danza, han acabado engullidos por
su ortodoxia y su falta de adaptación a las novedades.
Con ellos se pretendió poner al alcance de la
mayoría el conocimiento de las artes musicales. Los conservatorios constituían
un pilar firme del academicismo. Sin embargo, se ahogaron en sus bases, sus
enunciados y su propio clasismo. Nunca llegaron a desplazar a la música
popular, más dinámica, más abierta, más mestiza…
Hoy funcionan como un reducto elitista, formando
músicos, cantantes y virtuosos instrumentistas que ejecutan con maestría y
precisión piezas clásicas ante los sibaritas melómanos con suficiente poder
adquisitivo para pagar las butacas de un Liceo o un Palacio de la Música.
Eligieron muy bien el nombre: conservatorio. Porque
para ellos, igual que la clerecía y la juglaría de la Edad Media, culto es
antónimo de popular.
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