jueves, 18 de julio de 2013

Museos




Los museos suelen aparecer como objetivo impresicindible para los visitantes de una ciudad. En todas las guías turísticas se recoge el preceptivo apartado para enumerar y describir la serie de museos que alcanzan la categoría de visita obligada por su prestigio y obras de arte que en ellos se exhiben.

Porque todo museo que reciba una acreditación internacional en el mundo de la cultura asume esa función divulgadora del arte y del conocimiento al alcance de todos. Y ahí empieza el verdadero problema: la singularidad de las obras expuestas actúa de reclamo de una multitud de curiosos e ignorantes cuyo único fin es testimoniar un yo estuve allí. En los periodos vacacionales, los museos se atiborran de verdaderos consumidores de souvenirs que desplazan a los admiradores y entendidos del arte hasta hacerles la vida imposible.

Mal arreglo para esta situación, ya que los museos perciben una gran cantidad de ingresos gracias a esas ventas facilonas que les permiten seguir creciendo en ofertas e importancia. Mientras, como si los cristales blindados no fuesen suficiente, los auténticos estudiosos tratarán pacientemente de superar esa barrera infranqueble que despliga la asfixiante masificación en torno a las piezas más emblemáticas de la historia de la humanidad.


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