De las dos fases por las que pasa una
resaca la peor es la tercera.
Malo es despertarse fuera de la hora
habitual, golpeado por los síntomas de malestar: aturdimiento general, torpeza
de movimientos, mal humor, dolor de cabeza, desagradable sabor de boca,
inapetencia…
En un esfuerzo, arrastrando todavía
esa sensación de angustia, cuando la visión parece recobrar un poco de cordura,
saltan a la vista las primeras pruebas del desenfreno de la noche anterior:
botellas rodando por el suelo, vasos semivacíos repartidos por el salón, la
cocina, el cuarto de baño… alguna
lámpara todavía encendida reflejando el color de la ropa interior que cuelga.
Entonces uno se esfuerza en recordar qué ha pasado. Y todo iba muy bien hasta…
que la memoria, por mucho que uno quiera, bloquea y no da más de sí.
Uno cree que ha superado esa resaca varias horas después,
recuperadas las constantes vitales, recompuestos el orden y la limpieza en
casa. Pero no, la resaca reserva una
sorpresa peor: cuando los amigos te cuentan lo que hiciste aquella noche, justo
eso que la memoria se resistió a desvelar y cuando te insisten rechazas con
dubitativos no es posible.
Y es que uno nunca es consciente de
lo que es capaz de hacer.
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