Los científicos vienen cambiado nuestra idea sobre
la vida extraterrestre ajustándola a
la supervivencia de seres microbiológicos en condiciones extremas. Viajan por
el espacio infinito aprovechando el desplazamiento de los cuerpos celestes. En
ellos los exobiólogos han localizado el origen de la vida de nuestro planeta.
Han desplazado a esos fantásticos invasores interplanetarios
inspirados en La guerra de los mundos
de Herbert G. Wells o al cándido E.T.
de Spilberg. Lo cierto es que extraterrestres
ha habido en todas las épocas, eso sí, concebidos como personajes míticos y
literarios. Ha sido durante el s. XX cuando el número de interpretaciones extraplanetarias
se ha multiplicado en todos los sentidos. Desde la localización de sus posibles
huellas en la prehistoria de von Daniken hasta las fabulosas civilizaciones plasmadas
en un sin fin de relatos, especialmente en cine y comic.
Con todo, esa necesidad de imaginar una civilización
superior capaz de intervenir en el destino del ser humano no deja de ser una
manifestación de desencanto. Los representamos respetuosos con cualquier forma
de vida –igual que los terrícolas ecologistas-, desplazándose por el universo
con una tecnología inabordable para nosotros. Quizá asuste demasiado la soledad
que siente la humanidad en este universo para poder encontrarle sentido a la
existencia del enigmático monolito negro de Kubrick en el 2001, una odisea en el espacio.
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