Dicen que la distancia
acaba matando amores, porque el cariño se sostiene en el recuerdo y el tiempo
lo barre con el olvido.
Muchos romances no llegan a cuajar debido a la distancia. Si ninguno de los dos
renuncia a su punto de origen, esa relación está condenada. Quizá la distancia no sea propiamente la causa
de la ruptura, sino las prioridades de cada uno.
Pero la verdadera distancia, la que hace daño, no necesita alejar cuerpos en el
espacio. La distancia más peligrosa
es la que desune almas. Y esta dañina distancia
se cultiva tras los silencios, la monotonía y la rutina. Y madura con la
incomprensión y las diferencias hasta conseguir que se miren frente a frente,
cara a cara dos desconocidos que una vez se quisieron.
La distancia
que separa a quienes se aman no se calcula en kilómetros, se mide por el calor
que los confunde.
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