Los programas educativos han recogido y recogen un
sin fin de asignaturas que se consideran imprescindibles para la formación de
los futuros ciudadanos. Lamentablemente, el actual reparto refleja la lucha
histórica entre intereses y necesidades que ha acabado viciando nuestro
sistema. Y más lamentable es todavía que cada vez que se aprueba una Ley de
Educación se renuncia a poner orden en esta amalgama de disciplinas.
La democracia española nunca ha tenido el valor
suficiente para aplicar el supuesto principio aconfesional de nuestra
constitución para delegar la enseñanza de la religión católica a las parroquias
y a las familias. La asignatura de Religión
ha coexistido en las diferentes leyes con Ética,
Alternativa a la Religión, Estudio asistido… y ahora, como nueva
propuesta, con Valores Culturales y
Sociales y Valores Éticos, aunque
no queda muy claro la relación que se establecerá con estas dos opciones.
Mantener la asignatura de Religión es aceptar el
adoctrinamiento de los alumnos, impulsar principios teocráticos radicales y
consagrar un inmovilismo ideológico incapaz de responder a los cambios que toda
sociedad en constante evolución exige.
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