El culto al cuerpo, muchas veces entendido por
belleza, se ha manifestado a lo largo de la historia en todas las
civilizaciones conocidas. De siempre dividió a la sociedad en contrarios y
partidarios. Y no cambian los planteamientos, tan solo se adaptan a los nuevos
tiempos.
Los argumentos esgrimidos por quienes se oponen son
casi interminables. Los más contundentes giran en torno al materialismo
predominante en nuestra sociedad, la idolatría del sexo o la exaltación de la banalidad. Críticas que se ceban principalmente en las mujeres, clasificadas en
operadas o naturales,
y en las enfermedades que inconscientemente se relacionan con la estética como
son la anorexia, la bulimia o la vigorexia.
Posiblemente detrás de tanto rechazo, además de un
gran desconocimiento del tema, subyacen unos principios religiosos, una
misoginia ancestral o, incluso, un desprecio general al mundo en que viven.
Pongamos a cada uno en su sitio. El cuerpo humano no
es un valor ecológico donde lo natural deba ser protegido por encima de todo. Siempre
fue modificado de manera artificial: pigmentaciones, tatuajes, disciplina… y
actualmente la cirugía. No cambian los planteamientos, sí las técnicas.
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