Dar tumbos no es tan malo como creemos. En la vida
todos damos tumbos, demasiados a nuestro parecer, porque sencillamente es parte
de vivir.
Pensamos que existe gente con las ideas firmes, que
ofrecen una gran seguridad y enfocan su vida con determinación. Idealizamos a
esas personas que parece que lo tienen todo muy claro. Y en eso nos quedamos,
en esa imagen que interpretamos, ya que a la hora de la verdad, cuando las
conocemos más de cerca, encontramos también sus inseguridades, sus dudas.
Cada tumbo que damos cierra una experiencia
acumulada. Cada tumbo asimilado aporta un grado de madurez, un nuevo referente
de juicio. Cada tumbo nos abre otra perspectiva. Y en ello está la clave, en
saber discernir entre optar por un giro necesario en el sentido de la vida o
mantener una posición que no acaba de convencernos.
Mejor seguir dando tumbos antes que rendirnos
aceptando propuestas convencionales en las que no nos encontramos
identificados.
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