La vida se escribe por páginas. Y entre todas se conforma nuestra biografía. Queda el gran
pulso entre nuestra voluntad y el destino para saber quién es realmente el
autor.
Se abre una página
cuando la vida da un giro y cuantas más experiencias vivamos reuniremos más páginas para nuestro relato. Y cuando
una historia no da más de sí, también hay que saber pasar página. Hay quien ordena las páginas
por sus colores, donde quizá las páginas
pasadas en blanco sean peores que las páginas
negras. También hay páginas ya
marcadas con renglones, donde el texto se escribe encasillado y falto de
libertad; frente a esas páginas
caóticas, en las que las palabras se precipitan hacia el margen apurando hasta
el último resquicio de la superficie del papel. Pero son las páginas en las que escribimos nuestras relaciones con las personas
que más nos importan las que tienen mayor densidad.
Día tras día nos prestamos al ejercicio de escribir
una nueva página que se oree con
propósitos e ilusiones y los transforme en realidades. Y así, página tras página podamos escribir nuestra vida. Hasta llegar a esa página donde se recoja nuestro tenue último
aliento. Esa será nuestra última página.
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