Cuando diseñaron los aeropuertos modernos los
arquitectos concibieron un espacio lo más parecido al limbo: la zona de
embarque.
Es un sector al que se accede tras pasar los
impertinentes controles de seguridad y del que se logra salir ya en otro punto
de la geografía mundial, una vez completado el proceso de teletransportación,
aunque haya llevado, a veces muchas, horas. Allí concentran a los incomunicados
viajeros con destinos dispares, entre tiendas duty free, impersonales cafeterías y librerías políglotas.
El tiempo de espera es largo y tedioso. Tensa calma
antes de embarcar que cada uno resuelve como puede o sabe. Mi entretenimiento
favorito es observar a los demás. Sus gestos, sus miradas, sus movimientos me
sugieren mil formas de vivir. Cuando más concentrado estoy en interpretar esas
historias una amable azafata anuncia que se va a proceder al embarque.
Entonces nos damos cuenta de que estamos en el limbo
y que lo único que queremos es regresar al mundo de los vivos lo antes posible.
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