Llámenlo como más les guste: ejercicio, control,
prueba… incluso sesión reflexiva puntuable. Eso siempre se ha conocido como examen.
Posiblemente sea el acto académico más absurdo que
se haya inventado jamás. El alumno tiene que responder una serie de cuestiones
que bajo el punto de vista del profesor miden el nivel alcanzado. Y sin
embargo, el examen es un requisito
consensuado por todos los estamentos del mundo académico para poder objetivizar
el grado de aprendizaje del alumno. Da igual que se realice en el ámbito
universitario o se practique en la escuela infantil, el examen condiciona la nota y la nota, los títulos.
Todo un despropósito, es utilizado como herramienta
objetiva para valorar si el proceso de transmisión de datos desde el profesor
al alumno ha sido satisfactorio. Susceptible de ser adulterado por
irregularidades (que el alumno copie, suplantación de personalidad…), una vez
puntuado, es cuestionable y recurrible, permitiendo la intervención de personas
ajenas a la relación profesor-alumno para que vean, comparen y si tienen una
nota mejor, la modifiquen.
La verdadera nota surge del placer que siente el
docente impartiendo sus conocimientos y la satisfacción que redunda en el
alumno al sentirse que cada día es mejor persona. Y eso no es puntuable ni
manipulable.
1 comentario:
Estoy muy de acuerdo.
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